jueves, diciembre 20, 2007

Rockefeller tenía razón

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No hace mucho denunciábamos en La Estufa el desgaste al que infelizmente se había ido sometiendo la noble institución del crimen en nuestro país a base de tonadillas y cutrerío y otras cosas feas que no hacen sino desgastar y dar por culo. La cosa iba de falta de rigor, de interés y de profesionalidad por parte del nuevo delincuente, pero, sobre todo, de falta de ilusión: no había estímulos suficientes en esta España tan aburrida que dieran lugar al nacimiento de mitos modernos sobre los cuales justificar lo injustificable, porque a quién no le gusta lo injustificable siendo siempre —además de injustificable— más divertido, peligroso y literario que lo opuesto, o sea lo común, o sea lo de siempre, o sea lo aburrido.

No es que hayamos avanzado demasiado en la materia en estos pocos meses que separan el citado artículo de este último, que se adivina más esperanzador y tal y cual, pero algo es algo, oye, más aún si hay ventrílocuos mutilados de por medio. Resulta que una banda de perversos ha asaltado la mansión de José Luis Moreno, situada, según dice el periódico, en un lugar llamado Boadilla del Monte, que por el nombre y por el contexto debe ser un gueto para millonetis: parece ser que los dieciocho perros nazis que habitúan custodiar la entrada de la morada del productor no tuvieron fino esa noche su olfato para la escoria intrusa, y que el propio Moreno —que seguro que en ese momento iba ataviado con bata y zapatillas de seda— se enfrentó a los muy miserables cuando éstos le apremiaron en busca del código de la caja fuerte, irresponsable actitud por la cual fue castigado con un severo hachazo en la cabeza que a día de hoy le mantiene «hospitalizado y con pronóstico reservado», que es algo que no sé qué significa pero que suena realmente mal, a silla de ruedas por lo menos.

Le pido al lector que reflexione durante unos instantes sobre la figura de este controvertido personaje, curioso híbrido entre un George Steinbrenner de revista y el Bruno que El Gran Wyoming interpretó en Muertos de Risa, la película de Alex de la Iglesia. A sabiendas de la pereza congénita del lector medio de La Estufa Eléctrica para cualquier tarea que requiera el más inapreciable esfuerzo intelectual por su parte, le ofrezco, misericordioso, la posibilidad de radiografiar al sujeto con un acto tan simple como el de darle al play en este implacable Testimonio de La Hora Chanante, dedicado en pleno a nuestro protagonista con toneladas de hamor:

Y, de propina, una de ventriloquia:


Toma Moreno, sí. Toma.
Y el agudo lector pensará: ¿guarda esta mamarrachez alguna relación con la tan denunciada desmitificación de la delincuencia en España? ¿Habrá perdido 6dedos definitivamente la cabeza? La respuesta a ambas preguntas es una amplia sonrisa coloreada sobre un redondel amarillo con dos puntitos como dos luceros, pero el caso es que hay más, mucho más detrás de la aparente banalidad del suceso. ¿Acaso no hay millonarios muchísimo más discretos y —por qué no— muchísimo más millonarios que el propio Moreno? ¿Y todos los Amancio Pradas, los Florentino Prérez, los Fefés? ¿Por qué, de entre todas las jugosas víctimas posibles, habrían estos simpáticos y traviesos jovenzuelos de escoger a la más estrafalaria, casposa y estufera de ellas? Sí, amigos, he aquí una muestra más del amargo placer con el que el estiércol puede deleitarnos cuando ya no hay más prados donde pastar, porque Rockefeller lo anunciaba en su célebre coletilla y tenía más razón que un santo: toma moreno, toma, más dura será la caída. Por ello queremos creer, quizá porque somos ilusos o simplemente gilipollas, que hay esperanza al final del túnel, y que la noticia viene a legitimar la perpetuidad de lo estufero y lo injustificable frente a la mediocridad del día a día y la rutina de lo políticamente correcto.

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Aquí José Luis, feliz, interpretando un shakesperiano soliloquio en su obra cumbre Torrente 2: Misión en Marbella, película en la que dio vida a un villano con séquito, piano de cola, submarino y mico en el hombre incluido, y que supuso un antes y un después en la historia del arte dramático español: «Dolor, veo mucho dolor, muahahahaha»

Ha tenido que ser a través de un delito tan poco español como el allanamiento de morada de alto standing —contagio directo de nuestros inmigrantes albanokosovares, tan dados al asunto— como hemos recuperado la ilusión por la página de sucesos, en sustitución de toretes muertos o solitarios impostores. Bien. Peor hubiera sido atender al último lloriqueo de ese reo cansino y fumador que es Julián Muñoz, y que no para de dar la tabarra con eso de que está malito y que quiere volver a casa por Navidad mientras comete la grosería de, siendo Gordo como es —gordo en mayúscula—, seguir adelgazando entre rejas. Peor hubiera sido, como decíamos, escribir sobre Zapatero o alguna exitosa serie de éxito. Porque más triste es robar. Y en ese plan.

[Este artículo está dedicado a Iñaki Berazaluce, Daniel Civantos, Ernesto Rodera y el resto de buenas personas que hicieron posible El Desternillablog, monumento a la chorrada recientemente desaparecido por no saber adaptarse al estilo «para todos los públicos» exigido por sus patrones, centinelas de un periodismo de ir pisando huevos. Todo nuestro apoyo y esas cosas que se dicen.]

martes, diciembre 04, 2007

No todo en la vida van a ser bananas

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Aquí 6dedos, redactando su próximo artículo sobre telebasura.

Resulta que unos científicos han tenido la ocurrencia de demostrar al mundo que el ser humano es imbécil o al menos no tan moderno, tecnológico y desarrollado como se pensaba. Para ello han pedido ayuda a unos memoriosos chimpancés capaces de aprenderse el orden de los números arábigos del uno al nueve que, enfrentados a doce humanos adultos con título universitario, familia y facturas que pagar, consiguieron darles una paliza simia al retener con mayor precisión el orden en el que progresivamente iban apareciendo una serie de figuras proyectadas en la pantallita de un ordenador. La noticia reproducida hoy por La Estufa en su incombustible labor de servicio público es, por una vez, real, además de tristemente reveladora.

Hasta ahora vivíamos en una sociedad civilizada que bebía cañas en los bares, votaba al PSOE, entregaba Goyas a Icíar Bollaín, bebía los vientos por Penélope, estaba suscrita a EL PAÍS y se sacaba el carné de conducir a la tercera, con sus defectos, sus pequeños lastres, sus latin kings y ñetas y solitarios, sus grupos de extrema derecha, sus brotes de drogadicción y delincuencia, de políticos corruptos o intrépidos concursantes de reality shows que no se conforman con salir en uno o dos programas presentados por Jordi González sino que desean ser absolutos protagonistas de todos cuantos esté dispuesto a estrenar telecinco, pero desde la publicación de esta noticia no podremos volver a mirarnos al espejo sin imaginar antes a un burlesco primate sacándonos la lengua y dedicándonos su más humillante repertorio de muecas de desprecio reflejado en el cristal. La cosa es así de grave o más.

Según parece, el mono más espabilado del experimento se llama Ayumu. Cuando las figuras fueron mostradas por aproximadamente siete décimas de segundo, Ayumu y los humanos pudieron hacer la prueba correctamente durante el 80% del tiempo, pero cuando se mantuvieron en pantalla durante apenas cuatro décimas o dos décimas de segundo, el chimpancé ganó. El más breve de esos tiempos es insuficiente para dar un vistazo total y permitir que el ojo humano pueda registrar la información en su totalidad, y sin embargo en esa prueba Ayumu consiguió un 80% de éxito, mientras que los humanos cayeron al 40%. «Es asombroso lo que ese chimpancé puede hacer», dijo Elizabeth Lonsdorf, directora del Centro Lester E. Fisher para el estudio y la Conservación de Simios en el Zoológico Lincoln en Chicago, «acabo de ver el video y les puedo asegurar ahora mismo que no hay forma en que yo pueda hacerlo», dijo, «ni siquiera podría acertar los dos primeros cuadrados», dijo.

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Aquí Ayumu, dándolo todo en el estudio de una bombilla.

Conservábamos, ilusos de nosotros, la esperanza de que el ser humano fuera una especie superior, porque el ser humano salía a la calle, se chupaba siete horas de oficina, recogía a los niños del cole, ponía los cuernos a su mujer, le compraba un regalito a su mujer, veía Gran Hermano y, al terminar el día, leía cuatro páginas más del último premio Planeta, seguramente escrito por algún señor apellidado Gómez o Jiménez o Martrínez, claro, el mismo ser humano que veía en la tele una noticia que le llamaba la atención y cual ave de rapiña acudía raudo al ordenador para comunicárselo al resto de sus congéneres a través de un blog. «Qué avanzados somos», pensábamos, «qué orgullosos estarían Adán y Eva de nosotros si no estuvieran muertos o algo peor», nos decíamos. ¿Orgullosos Adán y Eva? Yo creo que si levantan la cabeza nos escupen en la boca. Vivimos atosigados por placeres absurdos como el Google, el adulterio o Motorola, cuando en la acera o la jaula de enfrente hay todo un universo del que deberíamos aprender; de hecho, no se me ocurre una forma de vida más respetuosa con el génesis bíblico que la de una familia de chimpancés.

Una vez más la ciencia nos deja en evidencia delante de nosotros mismos —qué mala es la ciencia— haciendo que tomemos conciencia de lo ingenua de nuestra condición: durante milenios hemos estado tan ocupados mirándonos al ombligo que no se nos había ocurrido pensar que en la selva y en los zoos vivían un montón de monos cuya felicidad superaba por goleada a la nuestra y que con bochornoso recochineo eran capaces de dar dedazos en una pantallita con mayor rapidez, precisión y soltura que el común que los mortales graduados en multiópticas, al tiempo que se rascaban e intercambiaban cómicos graznidos con otros monos, sin dejar de dar saltos entre lianas, comer cacahuetes y hacer el amor con monas, y que eran mucho más listos y peligrosos de lo que Charlton Heston pudo llegar nunca a imaginar…

Malditos.

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