sábado, noviembre 11, 2006

Sueños (III)

Cuando cerré los ojos, el humano aún seguía allí. Todo era tan frugal... los árboles, la tierra, el cielo. Y el cemento, claro, el cemento que los sumergía a todos, desde luego que sí. Asfixiando mis recuerdos en una tormenta de arena vibrante, comprendí que el atraco a mi memoria renqueaba a medida que la muerte empezaba a acariciar mis párpados, obligándome a cerrarlos para siempre. Tenía en mente a papá, en su época dorada, cuando le llamaban 43, 44 y 45. Pensaba en mamá, desnuda, masajeando sus enormes pechos con una pomada bruñidora de olor a canela. El perro, la aldea, las noches de caza... A lo lejos vislumbraba un cohete lleno de asiáticos dirigirse hacia terreno pacífico. Supongo que si me hubiese empeñado, podría haber sonsacado de algún callejón un billete de plata, pero preferí quedarme en casa, con la amenaza de las tormentas y su caniche llamado muerte al acecho. Grandes torbellinos de arena y tierra arrasaban establos, aparcamientos y rascacielos megalómanos; coches de primera marca contaban sus caballos entre la desazón de un pulmón extirpado en el barrio gitano y montañas de heridos de bala y puñal eléctrico. Era la metáfora de la metamorfosis, el metalenguaje de la autodestrucción.

Cientos, y digo bien, cientos de jóvenes haraganes y mendigos diurnos arropaban su pillaje en el desastre y la catástrofe. Al principio, todos corrían de un lado a otro, aullaban a una luna que se había camuflado entre el humo de los tanques de tensión. Mujeres gordas y encharcadas en barro eran sometidas al sexo rápido y forzoso de cuanto violador (o simple desesperado) pasara por allí. Los niños no sobrevivían ni siquiera a la polución subterránea de los ferrocarriles acuáticos, sus cadáveres se hacinaban en una honda fosa improvisada en menos de cinco horas, a escasos metros de mi cabaña. Las águilas caían en su agonía extinguida delante de mi jardín, los ciervos iban al parque municipal a morir dignamente, y los perros, valientes ellos, protegían del clima y sus infiernos a los amos con evidente final infeliz. Todo se estaba yendo al carajo, y mi ventana era espectadora de ocasión.
Con una botella de vodka rota entre mis dedos, empecé a acordarme de mi última visita al entonces 73, un padre al que llamábamos Papá.
- Mira, hijo, a mi me importan poco o nada esas cochinas tonterías sobre el fin del mundo, ¿sabes'
- Lo sé, Papá.
- Y es que lo importante es ser buen chico, o al menos ser lo menos malo que uno pueda ser para vivir con honor, joder.
- ¿Cómo?
- Nada, Nicolás, nada... Pásame un cartón de tabaco.
- ¿Por qué has vuelto a fumar, papá?
- ¿Qué? Ah, ya... Pues no me había dado cuenta de que había vuelto, de verdad... Ahí tienes tu respuesta.
- Sí, claro.

Mi padre era un tipo excepcional. Medio eslavo medio judío, y con raíces africanas, era el español puro. Carecía de nombre, y no se murió, se cansó.
Para mi sorpresa, el televisor funcionaba aún (puede que tan solo fuese el espejismo de una alucinación, quién sabe). Puse un canal cualquiera y me encontré con dos hombres del siglo XXI vestidos con ropa muy hortera de color plateado, sentados en un sofá rojo oscuro, mirando absortos la tele. Parecía una de esas comedias de situación. Ambos eran rubios y tenían los ojos azules. ¿Serían suecos? Cuando hablaron por primera vez pude comprobar que su formato tenía aquello que llamaban doblaje, babélico invento de la preguerra que daba vida a unas voces superpuestas que traducían los guiones, mutilando la interpretación original del actor. El rubio de la dercha, sin dejar de mirar abobado la tele, dijo:
- ¿Sabes que el otro día vi un catálogo de decoración en el que anunciaban un papel de pared pintado con gotelé? ¿Quién pudo inventar semejante estupidez?
El rubio de la izquierda respondió, al igual que su compañero, sin apartar la vista del televisor:
- Un perfeccionista.
Sonaron unas risas fingidas, enlatadas. Yo no entendía nada. No apagué el aparato, aunque sí bajé al completo su volumen. En unos segundo se cortó la emisión.

Eché un ojo de nuevo por la ventana y vi como una autopista era absorbida por el volcán del cielo estrellado. El final iba a llegar pronto. Salí con una pala de cartón en la mano y unas gafas de esquí rosas. Miré fijamente a la tormenta de arena, con sus secuaces remolinescos arrasadores secundando su matanza bíblica, y la reté a un duelo. Antes de que llegara a descomponer mi anatomía en cuatro trozos sangrientos, me dio un paro cardíaco. Ahora vivo junto a una meretriz romana, en una nube de plomo. Escribo poesías y de vez en cuando dibujo. No es mala muerte.

12 :

Anonymous Anónimo Excretó esto...

Horroroso. No sabes escribir, fascista, no tienes ni puta idea, pero ni pta ¿eh?, ni puta.

Ni prostituta idea. Mal creador, pésimo, PÉSIMO.

sábado, 11 noviembre, 2006  
Anonymous Anónimo Excretó esto...

¿Tienes fuego?

sábado, 11 noviembre, 2006  
Anonymous Anónimo Excretó esto...

Yo estoy casado, lo siento.

P.D Eres una furcia.

domingo, 12 noviembre, 2006  
Blogger Kaleidoscope Girl Excretó esto...

Quita tus susias manos de encima, bizorra.

Muy bonito, seisde, pero deja de robarme ideas (y mejorarlas).

dónde está el hamor de tórtola, wey.

domingo, 12 noviembre, 2006  
Anonymous Anónimo Excretó esto...

Como me quiere todo el mundo.

Voy a tener que ampliar miras y dedicarme a la cocina italiana, dejando el mundo de los blogs y sus halagos vacíos para los mediocres de la calaña de Nacho Vigalondo o Bill Gates. Menos mal que siempre habrá genios como Pepe Blanco y Carod Rovira para dignificar la profesión.

- Excelentes estos macarroni, señor 6dedos!
- Gracias, don Camila de Ory (¿de que me suena ese tal Camila?).
- Más salsa, AZÚCAR PARA LOS RAVIOLI!
- ¡A mandar, Kaleidoscópica!


Mi sueño...¿hecho realidad?

domingo, 12 noviembre, 2006  
Anonymous Anónimo Excretó esto...

azúcar para los ravioli, wei?

no sabes la de cosas que he hecho yo cuando me queda muy salada una comida

domingo, 12 noviembre, 2006  
Anonymous Anónimo Excretó esto...

¿Cómo? ¿es falso que fue usted reportero de guerra?...

Me ha jodido la pregunta tópica que todo veterano de la barbarie debe recibir en alguna ocasión:

Se le formulo en todo (Jesús) Quintero:

¿A qué sabe la carne humaaaanaa?

Y deje de enviarse mensajes a sí mismo. Si quiere que la gente visite su antro haga lo que todo el mundo: Publique pornografía, hable mal de ZP o cuente (mejor con fotous) cómo tuneó su Seat Panda, paso a paso.

Cuídese.

domingo, 12 noviembre, 2006  
Anonymous Anónimo Excretó esto...

No fui reportero de guerra, pero sí estuve en la redacción de DIARIO 16, que para le época era lo mismo (o peor). Tengo el privilegio de haber sido despedido por Pedro J. Ramírez en dos ocasiones: en la primera fue hasta amable conmigo; el segundo finiquitado no tanto, con los años se le agrió el carácter.

Y yo no me autofagocito con comments clónicos, que va, no sé de dónde saca usted esas ideas descabelladas suyas.

Amor de hombre para todos usotros, mis fieles seguidores.
6D

domingo, 12 noviembre, 2006  
Anonymous Anónimo Excretó esto...

Casi nos engañas, Six Fingers.

domingo, 12 noviembre, 2006  
Anonymous Anónimo Excretó esto...

No sabéis la de cosas que hago. Luego me queda muy salada la comida.

lunes, 13 noviembre, 2006  
Blogger Virrey Mendoza Excretó esto...

La pregunta está hoy caída en olvido, bien que nuestro tiempo se anote como un progreso volver a afirmar la metafísica. Sin embargo, nos tenemos por dispensados de los esfuerzos que requeriría el desencadenar una nueva.
El apelar a lo comprensible de dentro del círculo de los conceptos filosóficos fundamentales, y más aún por lo que respecta al concepto de ser, es un proceder dudoso, si por otra parte lo comprensible de suyo y sólo ello, los secretos juicios de la razón común, deben llegar a ser y seguir siendo el tema expreso de la analítica, así pues: ¿al punto, hecha o muy hecha?

lunes, 13 noviembre, 2006  
Anonymous Anónimo Excretó esto...

Yo también leo a Heidegger, y a Heidi, qie me resulta más llevadera. También hago otras muchas cosas, como ya he señalado más arriba, sin que nadie se hiciera eco de mis pícaras palabras.

¿Tenéis fuego?

lunes, 13 noviembre, 2006  

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