lunes, noviembre 27, 2006

Moonshine train

Mitch Moonshine, ese es su nombre. Nació en un sitio en el que pocos nacen pero del que todos hablan (o mejor dicho, escriben), Pittsburgh. Él respiró el oxígeno lúgubre de una infancia anclada en la América pre Vietnam, aprendiendo que el dólar es algo más que una moneda patriarcal.
Con dos cojones, se aferró pronto a una guitarra y anestesió sus complejos, dolores y fatigas con la poesía, ya fuera escrita o susurrada con un improvisado berrido chirriante y desafinado. pero es que él es un artista, claro...





Mitch es uno de esos músicos gigantes del rock and roll más puro y vital y, como tantos otros, se perdió entre la niebla de los ochenta. Ahora malvive viviendo de puta madre, pero a secas, porque un genio siempre tiene algo que le quite el sueño. Toca de vez en cuando, en compañía de los pocos amigos que lo conocemos y admiramos como se merece. Like a dolling stone?

"Si me ves por la calle, deja pasar mi jodido culo judío y blanco."
M.

jueves, noviembre 23, 2006

Quiero ganar el Planeta

Es que son muchos millones. Pero muchos. Una bestialidad, la verdad, pero una bestialidad sofisticada; un montón de palos con sabor a cultura siempre gozarán del aroma del que carecen otros verdes (o rosas europeos) con sospecha de no oler a limpio. Porque hay quien dice que esto está amañado, que cada movimiento responde a una estratagema premeditada, que son párrafos a precio de minicadena. ¡Mentiras! ¡Infamias! ¡Calumnias! ¿Quién osa cuestionar al capo Lara? Con la cara de honesto que gasta, a ver quien tiene el valor de invocar a la probidad para toserle en la cara, vamos. Que éste saca la garra y te desgracia, el mastodonte. Además, sería una grosería en toda regla, a esta gente con dinero, editoriales y cadenas de televisión se le debe un respeto.



El Planeta es, con diferencia, el premio literario más importante en nuestro país. No sólo por los 300.000 kilos que se lleva el afortunado, también en calidad de producto de mercado transitorio, como muestran las horas y horas de televisión en las que se ceban con él, al igual que los ríos de tinta (china) que corren por los diarios de tirada nacional para cubrir semejante evento. No hay programa que se precie que no disponga de un agudo reportero dispuesto a encender la chispa a la gala, preguntando sandeces a personajes tan dispares como Arrabal, naturalmente confortando en su mapa para perdidos, o Boris Izaguirre, siempre al acecho de corrillos privilegiados en los que picotear algo más que un canapé. Y que no falten las cargantes entrevistas para El País y sus suplementos, El Mundo, Qué Leer… Mucha mierda para todos, enhorabuena a los ganadores, y promocionando que es gerundio.
La repercusión mediática de la que esta gesta cultural disfruta anualmente no tiene rival, ni dentro ni fuera de nuestras fronteras; no es casual pues que se haya cretinizado, no sólo estéticamente, sino también fundamental y moralmente. Un premio con la capacidad de hipnotizar al analfabeto funcional medio logrando que el único libro que compre durante el año sea el suyo, no puede aburguesarse en el tedio de la mala sombra, ha de expandir su criterio por los confines de la banalidad. De esta manera, lo que antes era una pantomima carísima capaz de mudar el disfraz con la misma facilidad que Terenci Moix y Antonio Gala intercambiaban pluma, fue paulatinamente adecuándose al nuevo mercado de lectores. Por mucho que a los hooligans de Felipe González les escueza, Sánches Dragó, Umbral o el mismísimo Cela, quién plagió su libro premiado en un acto de bochorno irrisorio (hubiera sido mejor cagarse encima al recoger el galardón), son figuras literarias de un estatus encomiable. Pero, con el paso del tiempo, el listón ha bajado con idéntica torpeza a la empleada por Marina Castaño (o Marina Mercante, como la llaman las señoras) para limpiarle el culo al nobel de Ira Flavia. Antes el Planeta era un timo con estilo, pero ahora es puro detritus: definitivamente, no hay huevos. En una empalagosa metamorfosis, se ha derivado hacia el folletín de ama de casa, con protagonistas de la talla de Lucía Etxebarría (adicta al chocolate), o María De la Pau Janer (de ésta no he leído nada, pero me jugaría el escroto a que no es precisamente una eminencia). Precisamente esta última fue homenajeada en la entrega ceremonial con unas cariñosas palabras del ogro remolón Juan Marsé, quién dijo que su novela era, al igual que la mayor parte del material presentado a concurso, poco más que una mierda. Ella se indignó, por supuesto, y con la depre a pleno gas no le dio tiempo a encajar la controvertida presentación que don Paco Umbral hizo de su libro, definiéndolo como un ejemplo claro de la literatura femenina que en el último cuarto de siglo venía practicándose, carente por completo de estilo. Una verdad como un templo, muy a tener en cuenta a sabiendas de la nulidad formal del grueso de la obra de don Francisco, un hombre cuya ausencia de estilo parece hasta premeditada, pues es un señor que ahora escribe como habla, pero que al principio escribía como hablaba, y él nunca varió su forma de hablar.

Pero yo sigo empeñado en mi arduo afán por hacerme rico escribiendo un libro (malo). Nunca me lo había planteado, pero a dios y a Camilo de Ory pongo por testigos del siguiente juramento: el próximo año presentaré una novela al Planeta. A lo mejor creen que es hora de dar cancha a un desconocido y crear un producto nuevo, que los veteranos ya aburren; la pandilla de los encanecidos absurdos ya no es lo que era, su mensaje no llega. Miren sino al pobre Álvaro Pombo, ya nadie entiende qué coño dice, y no sólo porque al hablar parezca tener arena en la boca: sus bailes a la luz de la luna con la semántica de lo indescriptible dejan bastante que desear, y menos si dice ser más autobiográfico de lo que ya de por sí es cualquier ficción gestada en la cabeza de un homosexual. Señores, háganme caso, la estafa es un arte como otro cualquiera, y no podemos perder su esencia en estos premios tan apetitosos para consumidores de opio y amuletos literarios. Hay que hacerle el boca a boca, y mi bolsillo está harto de que lo rasquen. Me ofrezco voluntario.

sábado, noviembre 18, 2006

Generación Kebab



Gran parte de la literatura fantástica y de ciencia ficción del s.XX profetizó una alimentación futura reducida a cápsulas y comprimidos metagenéticos, constituyentes de una rutina domótica sometida al poder de algún tipo de ente (galáctico o no, de ahí los Grandes Hermanos de serie B). Desde Arthur C. Clarke hasta Stephen King, pasando por Asimov, Bradbury, Herbert, o Dick; de manera más o menos explícita, todos ellos han elaborado un mapa del terror humano en el que la reducción de poderes y placeres ha imprimido buena parte de su magnetismo. De esta forma, un futuro simplificador en el que los humanos apenas trabajen y sean los robots quienes corten la leña y formen las cadenas de montaje, será un futuro donde tampoco habrá cabida para el proceso constrictivo de un lenguaje por desarrollar. Eso no sólo implica la comunicación humanoide (o andoride) en su más banal faceta interactiva, sino que también abarca el proceso litúrgico de la cocina, su elaboración, exposición y deguste. O emisor, mensaje y receptor, que hostias.

Un plato (o galleta, trozo de patata frita, qué más da...) puede significar te quiero, perdóname o dime de una vez que no me quieres y dame vía libre para el divorcio. De ahí, queridos niños, que la fragancia embriagadora que puede desprender una salsa de arándanos (condimento de carácter casi ceremonial), no signifique lo mismo que una enchilada salvaje y sexual. Esto, claro, si hablamos de cenitas en pareja, arte o defecto para el que no todo hijo de vecino está (o quiere estar, válgame dios...) preparado. Si ampliamos miras, podemos encontrarnos con culinarios efectos paliativos de los estragos del paso del tiempo (cenas de cumpleaños y fin de año), y un largo etcétera repleto de suculentos manjares típicos.
Hoy, que supuestamente estamos en la recta final de la era del placer y la convivencia de los vicios y las virtudes (sic), merecemos darle un homenaje a nuestro paladar. Lo políticamente correcto empieza a disolverse en nuestra sociedad, lo cual exprime con celeridad las posibilidades del mestizaje cultural. Y lo que hoy está de moda, señores, es la comida turca. El año pasado, en mi ciudad había dos establecimientos en los que se servían estos alimentos. Con una cutre y desagradable estética evocadora del aroma a retrete de gasolinera, embutidos en unos escasísimos cincuenta metros cuadrados, y regentados íntegramente por señores turcos (al menos en apariencia, digamos que simplemente eran morenotes y tenían bigotito gris), la pandemia empezó a expandirse con locura. Un par de meses más tarde, la cifra ascendió a seis malditos Döner Kebab en la ciudad. Esto no dura, pensé. Y un huevo. Todos, desde el primero hasta el sexto, atestados de personal hasta los riñones. Casi como preámbulo al botellón o solución in extremis para el sábado noche, se convirtió enseguida en una pieza fundamental de nuestra cultura gastronómica. Y es que ir a un turco en España es un auténtico ritual. Llegas indeciso, sin saber muy bien como funciona el asunto de los pedidos. ¿Se piden en la barra y luego esperas a que te los lleven a la mesa? ¿Te sientas y esperas a que te tomen nota? Y lo más importante... ¡¿alguien puede explicarme qué cojones es eso del pan de Pita?! Menos mal que la visita al Kebab (el hot dog turco,digamos, nombre por el cual se ha pasado a denominar el establecimiento en el que se prepara) es siempre en sociedad, por lo que solemos encontrar algún salvavidas entre tanta incertidumbre. Al final pides un kebab, claro, ¿cómo no?; aunque no todos son iguales: los hay de carne de cordero, de ternera, con lechuga, tomate, cebolla, pepinillo, salsa de yogur... Creo recordar haberme desvirgado con un número 4, el cual venía sazonado con esa retahíla de ingredientes que acabo de enumerar, vaya. Después está la cuestión del pan, ya saben, pita o taco. Pues bien, el primero es así, mientras que el segundo (mi preferido) viene dispuesto de esta otra forma.
Cuando asesté mi primer bocado a un kebab, pude notar como la salsa de yogur chorreaba del frágil compactado. Rectifiqué mi posición y destensé los pulgares, sujetando con menor ahínco el alimento. Al fin y al cabo tenía que durarme lo suficiente como para disfrutarla en condiciones, había que tratarla bien, con suavidad. El segundo mordisco ya fue más esclarecedor. Pequeños trozos de verdura intimidaban mi relativa (y por tanto caprichosa) alergia a todo aquello que no es carne, siseando con el sabor lúbrico de la salsa de yogur. Pronto encontré la ternera bajo el yugo de mis incisivos, relajando entonces mis encías y aceptando al fin el pepinillo como un fútil condimento (bastante pertinente, por cierto). Mis amigos me habían prometido que, pese a su aspecto de poquita cosa, cunduría con creces su función de cena. Y yo no sé si me mintieron maliciosamente, si solamente son unos flojos, o yo soy un goloso comedor... pero quería MÁS. Además, el ambiente acompañaba. Ese negruno avieso despedazando en láminas la carnosidad jugosa de la ternera, el torno girando mansamente, la duda de si el dependiente será miembro de Al-Qaeda y si lo que te acabas de jalar es rata asada... Se estaba gestando un mito.

De la misma manera que los futuros que algún día imaginamos sintetizaban los miedos humanos en pastillas de fabada, los restaurantes multiculturales de nuestra era simplifican su identidad con el nombre del producto que sirven. Poco a poco, nos encaminamos hacia un tiempo que no es el nuestro, sino el suyo, ya sean hijos, nietos clones o cruces genéticos animales. Esta generación come kebabs, bebe coca cola y chatea por el msn; la próxima no, y la próxima de la próxima menos. Estamos muy cerca del cierre definitivo del círculo, y yo, por si acaso, ya me he hecho con un blog de esos de los que tanto hablan los jóvenes.

miércoles, noviembre 15, 2006

Espejo oscuro

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Bob, inquieto, se levantó la madrugada del pasado domingo entre exagerados gestos de dolor. Estaba hecho un verdadero asco: las cervicales taladraban sus miserables nervios, los oídos le pitaban y su cabeza era un caótico runrún de confusiones cacofónicas. Tras meterse litro y medio de coca cola entre faringe y espalda, y con el espeso regusto del gas helado coleando aún en su flemática lengua, vio como una lucecita verde le anunciaba que no había apagado correctamente su portátil antes de irse a dormir. Mierda - se dijo a sí mismo – ahora tendré que cerrarlo. Pero Bob no se limitó a apagar la sesión, no; cuando procedía a ejecutar la tarea, algo lo frenó. Entre la taciturna maraña mental que lo embriagaba y el desconcierto del insomnio despertado, se atrevió a jugar con la idea de extasiar al personal con un par de piruetas internáuticas. Bob es todo un personaje de esto que llaman la red de redes; tiene un blog y allí deposita sus necedades, así como en los múltiples foros a los que está afiliado. Llevaba un buen tiempo dando vueltas en círculo con su personalidad grotesca que bajo el amparo de Internet se auxiliaba, y ya era hora de animar algo el ambiente.

El fanatismo bloguero (y forero) - pensaba Bob - no es más que un movimiento embelecador donde cualquier tonto puede coronarse con sus propias heces. Joder, dejando mierda por aquí y por allá podría convertirme en una deidad absoluta entre la inmundicia, de hecho, eso es (en parte) lo que hoy hago, aunque con un poquito más de clase que las mayorías atróficas. En general, me respetan, y quien no lo hace está homenajeándome, dado mi carácter controvertido, claro. Soy un personaje de la red. Como molo, colega, molo mazo que te cagas. Y Bob tenía (y tiene) toda la razón del mundo. Su actividad como internauta era, en efecto, la de un polemista nato; discutía y llevaba la contraria a quien tuviera el valor de inmiscuirse en su pequeña ciénaga de los horrores, osando entrar en su envilecedor juego. Él había creado su propio orbe infecto, idólatra de lo marginal y la cultura basura, con sus acérrimos partidarios y entusiastas detractores. Lo tenía todo para sentirse afortunado dentro de esa piel de lobo que abrigaba su demencia: desde el blog hasta los foros, con disputas varias sobre asuntos intrascendentes e insultos cruzados por doquier… En su particular bagaje acumulaba sandez tras sandez, elaborando un cada vez más consolidado perfil provocador. Cada vez que destapaba la cloaca para emitir algún tipo de juicio u opinión, polarizadas posturas se enfrentaban en sin igual contienda dialéctica, encarnizando un debate que avivaba el fuego de su ya de por sí sobradamente fagocitada vanidad.
Bob continuaba, caviloso, con sus planes de conquista: “Internet es una espiral coprófaga en la que todo el mundo sabe quién es quién, pero en el que de verdad nadie conoce a nadie. Podemos conspirar contra esa figura de moda surgida de entre las cenizas de una página web X, promocionándose desde su propio bosta-blog, con infinitos apoyos y visitantes. Pero en realidad sólo estaremos poniendo la mano para que nos escupan en ella. Lo que debemos hacer es rebozarnos es sus propios esputos y así absorber su fuerza mediática. Y es que es tan fácil adquirir fama en esta basura… No tengo más que ir al foro de Natxo Allende, alias Torbe, ese ridículo montón de unto que dice dedicarse a la industria del porno (cuando sólo excitaría a la más infeliz de las pútridas almas que por la red pululan ávidos de carne), y cagarme en su puta boca. De inmediato tronarían las voces coléricas de la legión de subnormales que secundan su frívolo festín de semen con doritos, atacándome e (inconscientemente) elevándome a la cima de este mercado de egos. Creían que buscaba humillarle… y cuán engañados estaban. Ahora son ellos, despóticos iconos del servilismo baboso, los que en defensa de su héroe marcarán todos mis goles en su propia puerta. Imbéciles.”

Pero Bob se despertó. El pobre hombre había sucumbido al sueño en cuanto se sentó para desconectar el ordenador. Abrió los ojos y vio como Windows le preguntaba si deseaba apagar el sistema, cerrar o suspender la sesión. Clickó en la opción de “cancelar”, pinchó en el icono de su navegador, y escribió la dirección del blog de ese tal 6dedos que tan bien le caía; parecía que su página estaba dedicada a la crítica cinematográfica de películas como El Laberinto del Fauno. Miro su última actualización y ya me voy a dormir, lo juro. – Decía Bob - Joder, este tío es un cachondo, jajaja, la mar de gracioso el hijodeputa, jajaja. Bob se preguntaba cual sería la opinión de 6dedos sobre la última se Scorsese. A él le había encantado, ojalá coincidiesen en el veredicto.

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sábado, noviembre 11, 2006

Sueños (III)

Cuando cerré los ojos, el humano aún seguía allí. Todo era tan frugal... los árboles, la tierra, el cielo. Y el cemento, claro, el cemento que los sumergía a todos, desde luego que sí. Asfixiando mis recuerdos en una tormenta de arena vibrante, comprendí que el atraco a mi memoria renqueaba a medida que la muerte empezaba a acariciar mis párpados, obligándome a cerrarlos para siempre. Tenía en mente a papá, en su época dorada, cuando le llamaban 43, 44 y 45. Pensaba en mamá, desnuda, masajeando sus enormes pechos con una pomada bruñidora de olor a canela. El perro, la aldea, las noches de caza... A lo lejos vislumbraba un cohete lleno de asiáticos dirigirse hacia terreno pacífico. Supongo que si me hubiese empeñado, podría haber sonsacado de algún callejón un billete de plata, pero preferí quedarme en casa, con la amenaza de las tormentas y su caniche llamado muerte al acecho. Grandes torbellinos de arena y tierra arrasaban establos, aparcamientos y rascacielos megalómanos; coches de primera marca contaban sus caballos entre la desazón de un pulmón extirpado en el barrio gitano y montañas de heridos de bala y puñal eléctrico. Era la metáfora de la metamorfosis, el metalenguaje de la autodestrucción.

Cientos, y digo bien, cientos de jóvenes haraganes y mendigos diurnos arropaban su pillaje en el desastre y la catástrofe. Al principio, todos corrían de un lado a otro, aullaban a una luna que se había camuflado entre el humo de los tanques de tensión. Mujeres gordas y encharcadas en barro eran sometidas al sexo rápido y forzoso de cuanto violador (o simple desesperado) pasara por allí. Los niños no sobrevivían ni siquiera a la polución subterránea de los ferrocarriles acuáticos, sus cadáveres se hacinaban en una honda fosa improvisada en menos de cinco horas, a escasos metros de mi cabaña. Las águilas caían en su agonía extinguida delante de mi jardín, los ciervos iban al parque municipal a morir dignamente, y los perros, valientes ellos, protegían del clima y sus infiernos a los amos con evidente final infeliz. Todo se estaba yendo al carajo, y mi ventana era espectadora de ocasión.
Con una botella de vodka rota entre mis dedos, empecé a acordarme de mi última visita al entonces 73, un padre al que llamábamos Papá.
- Mira, hijo, a mi me importan poco o nada esas cochinas tonterías sobre el fin del mundo, ¿sabes'
- Lo sé, Papá.
- Y es que lo importante es ser buen chico, o al menos ser lo menos malo que uno pueda ser para vivir con honor, joder.
- ¿Cómo?
- Nada, Nicolás, nada... Pásame un cartón de tabaco.
- ¿Por qué has vuelto a fumar, papá?
- ¿Qué? Ah, ya... Pues no me había dado cuenta de que había vuelto, de verdad... Ahí tienes tu respuesta.
- Sí, claro.

Mi padre era un tipo excepcional. Medio eslavo medio judío, y con raíces africanas, era el español puro. Carecía de nombre, y no se murió, se cansó.
Para mi sorpresa, el televisor funcionaba aún (puede que tan solo fuese el espejismo de una alucinación, quién sabe). Puse un canal cualquiera y me encontré con dos hombres del siglo XXI vestidos con ropa muy hortera de color plateado, sentados en un sofá rojo oscuro, mirando absortos la tele. Parecía una de esas comedias de situación. Ambos eran rubios y tenían los ojos azules. ¿Serían suecos? Cuando hablaron por primera vez pude comprobar que su formato tenía aquello que llamaban doblaje, babélico invento de la preguerra que daba vida a unas voces superpuestas que traducían los guiones, mutilando la interpretación original del actor. El rubio de la dercha, sin dejar de mirar abobado la tele, dijo:
- ¿Sabes que el otro día vi un catálogo de decoración en el que anunciaban un papel de pared pintado con gotelé? ¿Quién pudo inventar semejante estupidez?
El rubio de la izquierda respondió, al igual que su compañero, sin apartar la vista del televisor:
- Un perfeccionista.
Sonaron unas risas fingidas, enlatadas. Yo no entendía nada. No apagué el aparato, aunque sí bajé al completo su volumen. En unos segundo se cortó la emisión.

Eché un ojo de nuevo por la ventana y vi como una autopista era absorbida por el volcán del cielo estrellado. El final iba a llegar pronto. Salí con una pala de cartón en la mano y unas gafas de esquí rosas. Miré fijamente a la tormenta de arena, con sus secuaces remolinescos arrasadores secundando su matanza bíblica, y la reté a un duelo. Antes de que llegara a descomponer mi anatomía en cuatro trozos sangrientos, me dio un paro cardíaco. Ahora vivo junto a una meretriz romana, en una nube de plomo. Escribo poesías y de vez en cuando dibujo. No es mala muerte.

viernes, noviembre 10, 2006

laSexta: tu cadena hamiga

El gobierno socialista, el del cambio, la pluralidad, el progresismo; este gobierno nuestro, que nos prometió una televisión nueva, radiante y fresca... que bonito nos lo han dejado. Claro, esto de la prensa amarilla (ahora dicen que es -mortal y- rosa) debe ser una mierda, inventemos algo nuevo. Nuevo, radiante y fresco. Sí señor. Empecemos por los cimientos elementales: la tele pública, la que pagamos todos. Pues nada, unos arreglillos por aquí y por allá; fuera Urdaci, dentro Milá, Caffarell, paridad, muchas mujeres, blabla... Rescindimos a Dragó por decir en su día que a Felipe había que ponerle una bomba, a la mierda Garci que parece cansado, y que se venga el gordo peluche de Rioyo. ¿Y La 2? Pues atiborramos su parrilla con numerosos contenedores de promoción del FIB Heinekken y mierdas así, (in)cultura underground y canciones sin rima ni ritmo. La chicha en la madrugada, y Saber y Ganar lo dejamos ahí, que no hace daño a nadie. Ah, pero... ¿qué hacemos con Polanco? Claro, después de todo lo que ha hecho por nosotros tendremos que recompensar su fidelidad, faltaría más. Un canal para él, y, de paso, otro con cobertura anoréxica para Emilio Aragón. Lo dicho: nuevo, radiante y fresco.
Son muchas (y muy jugosas) las meteduras de pata que este gobierno de purpurina y mantequilla ha hundido en la miseria de lo políticamente correcto en materia de comunicación. Sin embargo, y por petición popular, me centraré en el más aborto televisivo más reciente que de sus sospechosas licencias ha brotado, iniciando su gateo este verano. Hablo, queridos míos, de laSexta.


La cadena inició su andadura con paso incierto, emitiendo en pruebas en Barcelona y Madrid. Estaba a expectativas se saber si Telefónica le concedería los derechos de emisión del mundial, en detrimento de su gran rival, Cuatro. Finalmente, los casi noventa millones de palos que Milikito puso encima de la mesa valieron más que los lazos de amistad y la Polancomanía, ligados inherentemente a los muchos años de colegueo entre los altos cargos de la empresa telefónica y Don Jesús. Así que con esto, un cabreo monumental de PRISA, y un bizcocho, cocinaron una televisión de vertiente intencionadamente humorística.
Los elegidos para la tarea fueron, básicamente, Florentino Fernández y su comadra de Globomedia (Miki Nadal, Patricia Conde, Agustín Jiménez, el tal Goyo...). También recuperaron a Wyoming, quien no parecía del todo repuesto de su caída de la azotea, y Juan Ramón Lucas. Con infinitas repeticiones, una empalagosa y reiterativa publicidad del mundial y su cobertura del 70 % del teritorio nacional, mostraron pronto sus cartas. Hete aquí un resumen breve de los programas que, hasta ahora, se han erigido como estandarte del humor a practicar en laSexta.

El Club de Flo
Un reality. Sí, amigos, y presentado por esa infecta masa de simpatía tocinesca llamada Florentino Fernández, más tarde rebautizado como Flo. Su nombre es un ejemplo curioso de pirueta mortal, pues ha acabado degenerando en el hastiado grito de desesperación y hartazgo de un público enfebrecido, hasta los huevos de verle a él y a sus secuaces a todas horas desde el alumbramiento del nuevo canal; ese grito, maldita sea, lo ha coronado como el puto Flo.

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Aquí, el puto Flo con unos amiguitos igual de graciosos que él.

El concurso consiste en reclutar famosos de pelo y medio con ganas de morder cuatro perras a cambio de jugar a ser monologuistas, humillarlos vilmente ante el público y demostrar que en España, efectivamente, no tenemos cantera de guionistas de comedia rápida. Puede que exagere, pero es que parece que entre Buenafuente y Montilla se los han llevado todos. Abusones...
Unos ejemplillos de la nulidad cómica del flato al que algún atrevido osó llamar programa de televisión:
* Alfredo Urdaci, ex humorista del ente público, se rebaja al nauseabundo fango llamado monólogo de humor costumbrista español.
* Jaime Peñafiel digievolucionado en Chiquito de la Calzada, pero con menos arte.

El vídeo de un millón de Euros
Yolanda Ramos, una mujer bizca de indudable talento (demostrado durante años en excelentes espectáculos de cabaret y en la compañía El Terrat), se pierde en un híbrido entre Vídeos de Primera y Orzogüei en el espacio exterior. El programa es un concurso cuyas bases prometen coronar con la cifra que da título al mismo a aquel vídeo de humor que más chispa y originalidad gaste. En principio, no se observa nada anormal o especialmente ridículo, al menos sobre el papel... pero una vez las cámaras se encienden en en plató, es otro cantar. La presentadora se inhibe ante un guión fallido y una verdadera lacra de colaboradores, los vídeos resultan realmente espantosos y son troceados por el realizador, que intercala imágenes del corto con entrevistas a sus creadores... En fin, un despropósito despilfarrado por las comisuras que dudo mucho vaya a tener final feliz.


No sabe no contesta
Concurso de preguntas y respuestas presentado por Miki Nadal, amiguito del alma del puto Flo (y sospecho, amante), además de buque insignia del contador de chistes con acento mañico descalzado. Si no sabes que hacer, baila una jota con letra guasona, hombre.
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Le doy un euro a aquel que lo considere digno de respirar.
La verdad es que este tío es repulsivo, su sóla presencia en una vergonzosa tortura para el espectador. No hace gracia ni siendo molido a patadas en el hígado, y su sentido del ritmo a la hora de coordinar un jodido concurso de sencillísimo esquema es atroz. Al igual que Sadam, no me importaría lo más mínimo verlo bajo buitres.

El intermedio
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¡Cuánto daño ha hecho Jon Stewart por el mundo del espectáculo! Su Daily Show no sólo ha sido plagiado por la petarda de Eva Hache, sino que bajo canónicas pautas también a encauzado el estilo y fondo temático (adaptado al siempre pegajoso costumbrismo cañí, claro) del retorno del Gran Wyoming a la pequeña pantalla. Que nuestro muestro de risa predilecto es un profesional como la copa de un pino, es una verdad como un templo, así como la tenacidad de su cinismo y el ágil empleo de la verborrea francotiradora que le caracteriza. Pero, queridos amigos, está muy mal aconsejado. El programa apenass deja lugar a la improvisación, el guión es más una cadena que un privilegio, y sus colaboradoras (no, no hay tíos) lucen palmito mejor que pronuncian; por no hablar de su (¿lo adivinan?) POCA GRACIA. Todos sobreactúan, incluso a Wyoming se lo ve nervioso; su ingenio palidece por culpa de un ficticio desarrollo cómico.
Aún así, he de reconocer que, visto lo visto, es de lo mejorcito que se puede encontrar en la cadena. Lo cual no dice mucho de la calidad del resto de productos, vaya...


Sé lo que hicísteis la última semana
Presunta parodia de los programas de cotilleo que se vale de la ponzoña de los mismos para rapiñar un par de míseros momento de sátira. Presentado por Patrcia Conde, comete los mismos pecados que el resto de espacios-Sexta: guión deficiente, gags infantiles, patetismo sobreexplotado... Se salva un colaborador (no, no es Miki Nadal, que también se encuentra en la nómina, el cabrón), llamado Ángel Martín. Mantiene el tipo, que no es poco.

Los irrepetibles de Amstel
El título lo dice todo, ¿verdad? Su planteamiento es bastante original: un grupo de actores han de improvisar una serie de situaciones de comedia orquestadas por un deus omnipresente, pianola en mano. El problema es cuando le ponemos cara a los protagonistas: el jefe que toca el piano se llama Emilio Aragón, y sus esbirros son (redoble de tambor...) Miki Nadal, Yolanda Ramos, Agustín Jiménez y... ¡Sí! EL PUTO FLO. Aunque, como bien apuntaba el Gran Chimp no hace mucho, también sale ese tal Goyo y un calvo al que Maira Gómez Kemp anunció en un (fatídico) día como Pepe Viyuela. Cantan, hacen guiñol con su anatomía, danzan, se disfrazan... joder, el espíritu de laSexta en su síntesis más simple: la quintaesencia de la vergüenza ajena.

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Y hasta aquí puedo (y quiero) leer. Pueden quedarse con Padre de Familia, Futurama, y Prision Break, productos importados del deplorable canal, y único material salvable del mismo. Pásenlo lindo.

domingo, noviembre 05, 2006

Al infierno

Que lo maten. Bien duro. Que su cuello se retuerza inquieto entre la áspera fibrosidad de una cuerda tensada con el enérgico músculo de un verdugo eficaz. Sería una pena que se rompiese en el impacto de la caída. Más que una pena sería una desgracia, vamos, lo que faltaba; ya que lo matan (tarde) que lo maten bien. Que intente aguantar estoicamente la ejecución, endureciendo la robustez impetuosa de su gaznate, esquivando el fallecimiento súbito. Que, poco a poco, se de cuenta de que todo está perdido, que ya no puede más, que… ahhh. Todo se esfuma: la fuerza, el orgullo, la dignidad… y lo más importante, aquello que no era discutible dada su abrumadora obviedad, la vida. El aire no se acaba, se aglutina impertinente entre mandíbula desencajada y sus fosas velludas. Y de repente, explota. Bum. Ha muerto.

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Miren, a mi la pena de muerte no me importa un carajo, pero como si tal, ¿capichi? Sí, es una verdadera lástima que el ser humano pague su incapacidad comunicativa y, en definitiva, humana, con la venganza cínica de la doble moneda; pero amigos, es lo que hay. Si hubo Troyas y Vietnams, habrá Iraks, o sea que no vengamos ahora pidiendo cuentas. Salgan ordenadamente a la calle a protestar por las injusticias, la doble moral, los yankees go home y el Pepe Blanco for president. Pero no me toquen los huevos si finalmente no derramo lágrimas por el cretino de Sadam. Soy el primero en ejercer de progre babuíno de chaqueta de pana y cigarrito con más ceniza que filtro entre los labios, pero todo tiene un límite.
Yo era muy joven cuando Carrero saltó, pero tenía la suficiente conciencia de mi entorno como para entender que el atentado no traería nada malo a mi país. Era, a fin de cuentas, el señor que heredaría la tiranía de un régimen que parecía renquear por los cuatro costados y parte del quinto. Así que a ver quien era el guapo que hablaba de derechos humanos, democracia (¿?), tolerancia, blabla. Pero oigan, que no era el único que esbozó una sonrisilla cuando se enteró; la masa pubescente de gérmenes comunistoides que se iba desarrollando con timidez por la periferia de Madrid (ya no digamos Barcelona) brindaba con todo aquello que burbujeara por el asesinato del presidente del gobierno. Y tan contentos. Soy consciente de que no son ni mucho menos comparables en el aspecto táctico las situaciones de Husein y Carrero Blanco, vale, entendido. Entra en escena la invasión de Irak, supongo, ilícita, ilegal, y todas esas chorradas que lejos de ser ciertas o no, a mi me la soplan por intrascendentes en lo que al caso refiere. Estoy personalizando, queridos, porque es lo único que a un outsider como yo le queda tras años de apatía no contenida. Vivo anárquicamente, fuera de normas o tejemanejes estúpidos que cohíban mi autonomía, y desde luego no atiendo a los reproches de cuatro tuercebotas enfurruñados con muchas buenas maneras que demostrar. Así pues, cuando miro s Sadam no veo ni a Bush padre ni a Bush hijo; ni la primera guerra del Golfo ni la segunda. Solo percibo el despotismo de un indeseable hijo de puta al que no me importaría lo más mínimo ver agonizar entre dos cuerdas anudadas para la ocasión.



No vengan a mi casa para que rubrique ningún manuscrito en pro de la pena de muerte, amigos, ni siquiera una recogida de firmas a favor de la ejecución de cualquiera de estos cabrones que hay sueltos por el mundo. No pienso dar mi brazo ni me alma por ningún movimiento político o social, joder, aún conservo unas migajas de dignidad entre mis huesos. Les cerré la puerta en las napias a esos verdes que lloraban por la lapidación de esa mujer nigeriana a la que iban a lapidar por ser infiel a su señor marido, así que ya ven lo firmes que mantengo mis principios. Y ni un remordimiento, oiga. Otra cosa es que, como quien dice, se despierte o apague una lucecita en mi interior ante una noticia X o Y. "La vieja que se colaba en la cola del banco la ha palmado, ¿sabes?" Pues de puta madre, coño, que quieres que te diga. Ya iba siendo hora, ¿no? Y con los asquerosos por los cuales la UE interviene en nombre de la democracia y el progresismo, tres cuartos de lo mismo. Que les jodan. Y yo, ay, virgencita de los blogs, que me quede como estoy.
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